Sé que cabía la posibilidad de fallar, de equivocarme, de jugármela y que me ganasen, de volver a caer, de subir al cielo o de caer al infierno. Pero lo hice, y me daba igual, no me importaba ni el mundo ni sus habitantes, en aquel mismo instante, sólo me importaba él, me importaba el hecho de que le tenia justo enfrente mía, con sus ojos oscuros y su sonrisa perfecta, me importaba el hecho de que si no lo hacía ahora, quizás no lo hiciera nunca, saqué fuerzas de donde no las tenía le miré fijamente a los ojos un momento antes de besarle. Fue entonces que todo dio un giro de 180 º grados, con los nervios a flor de piel y el corazón desbocado. ¿Conoces esa sensación, el momento justo en que sabes que a lo mejor has hecho la mayor estupidez, la mayor locura de tu vida? Sabes que puedes estar cometiendo un error descomunal, pero esa mezcla, la mezcla del miedo, los nervios, y de la felicidad, la felicidad en estado puro, sobrenatural. Tal es así que te hace estremecerte de la cabeza a a los pies, es la sensación de un momento de éxtasis, una dosis de adrenalina en formato concentrado.
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